El discípulo no es más
que su maestro, ni el siervo más que su
señor. Mat 10:24
Realmente estas
palabras no nos gustan, (¡Al menos a mí no me gustan!) anhelamos las mejores
posiciones, el reconocimiento de todos, y sumado a esto que reconozcan nuestra
fe como algo virtuoso o digno de alabar.
Jesús alertó a sus
seguidores que serían aborrecidos, odiados y despreciados, su fe sería
ridiculizada y muchos seguirían en su necedad cualquier doctrina o mandamiento “fácil”
de tal manera que evitaran el oprobio de seguir a un maestro, o un salvador que
aparentaba más a un despojo humano. Isaías lo dijo también en sus palabras… “Despreciado
y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y
como que escondimos de Él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.” Isa 53:3.
Todo siervo de Cristo puede medir su fidelidad a la verdad en la
medida en que los hombres reconocen su testimonio. Cuando alcanzamos de las personas
el respeto, la consideración, la risa cómplice, y hasta la devoción es un
indicador muy claro que nuestro evangelio esta diluido de humanismo secular.
La agencia ACI Prensa anunciaba
hace algunos días:
CARACAS, 21 Nov. 11 (ACI/EWTN
Noticias).-El Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana y Arzobispo de
Maracaibo, Mons. Ubaldo Santana, llamó a los fieles a no comprar los productos
de la marca italiana Benetton, como protesta por el fotomontaje ofensivo en el
que presentó al Papa Benedicto XVI besando a un imán musulmán.
Por su parte,
el Arzobispo de Lima (Perú), Cardenal Juan Luis Cipriani, criticó a Benetton
por llamar a la tolerancia cuando no es capaz de respetar la imagen de personas
que representan a sectores de la sociedad.
"No puedes
jugar con la imagen de personas que significan un respeto. Un presidente
personifica a una nación, el Santo Padre personifica a Cristo en la Tierra.
Estos señores se han equivocado", añadió.
El pasado 16 de
noviembre el Vaticano protestó por el "uso absolutamente inaceptable de la
imagen del Santo Padre".
Al día
siguiente la Secretaría de Estado anunció que se "ha encargado a sus
abogados que emprendan, en Italia y en otros países, las acciones oportunas
para impedir la circulación, también a través de los medios de comunicación de
masas, del fotomontaje realizado en el ámbito de la campaña publicitaria de
Benetton".
Guao, sí que le costará a la firma Benetton jugar con esta figura “que
significa un respeto”… y ya Ud. podría sacar conclusiones, hay otras imágenes también
por lo que he podido escuchar, que también la firma ha usado en su campaña,
Hugo Chávez y Obama sin embargo no he oído los largos procesos que estos emprenderían
contra la firma.
Nada, que en este mundo de hoy las cosas están al revés, y el “Santo
Padre” es intocable. Si Martin Lutero y los Reformadores vivieran hoy, que
consideraban al Papa como el Anticristo tal vez serian encarcelados y enviados
a unas largas condenas en una prisión secreta del Vaticano. (Tal vez en Guantánamo
o Alcatraz.)
A todos los que lean esto, que no se dejen engañar por las sirenas de
la modernidad y volvamos a las Santas Escrituras las cuales dicen con mucha
exactitud:
Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su
divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos ha llamado a gloria y
virtud;
por medio de las cuales nos ha dado preciosas y
grandísimas promesas, para que por ellas fuésemos hechos participantes de la
naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por la
concupiscencia.
Vosotros también, poniendo toda diligencia en
esto mismo, añadid a vuestra fe virtud, y a la virtud conocimiento; y al
conocimiento templanza, y a la templanza paciencia, y a la paciencia piedad; y
a la piedad, amor fraternal, y al amor fraternal caridad.
2 Ped. 1; 3-7
Ahora esperemos que no demanden también este
inofensivo blog…
La Vida de Rev. George (Jorge) Wishart
1513-1546 Tomado de la Biografías Escocesas
Por John Howie.
Este caballero fue el hermano del
hacendado de Pitarro, en el condado de Mearns, y fue educado en la Universidad
de Cambridge, donde su diligencia y su progreso en aprendizaje útil pronto lo
hicieron digno de respeto. De un deseo ardiente para promover la verdad en su
propio país, regreso a su país en el verano del año 1544, y comenzó a enseñar
en una escuela en el pueblo de Montrose, que mantuvo por algún tiempo con
grandes elogios. Se distingue particularmente por su elocuencia única y manera
agradable de comunicación. La continuación de esta narrativa informará al
lector que él poseía el espíritu de profecía a un grado extraordinario, y que
fue al mismo tiempo humilde, modesto, comprensivo y paciente, aún al punto de
admiración. Uno de sus propios estudiantes da la siguiente descripción de él;
Él era un hombre de alta estatura, de pelo negro, de barba larga, de un porte
elegante, elocuente, apto para enseñar y deseoso para aprender. Comúnmente
usaba un gorro francés, una bata frisa, calcetas planas negras, y bandas
blancas. Frecuentemente regalaba diferentes prendas de su ropa a los pobres. En
su comida era muy moderado, comía solamente dos veces al día, y ayunaba cada
cuarto día; su alojamiento, cama, y otras circunstancias semejantes,
correspondían a las cosas ya mencionadas. Pero como estas particulares son más
de curiosidad que de instrucción, las dejaremos a un lado.
Después que dejó a Montrose, vino a
Dundee, donde adquirió aún más gran fama en discursos públicos sobre la
epístola a los Romanos; en tanto que el clero de la iglesia de roma comenzó a
pensar seriamente sobre las consecuencias, que según ellos, inevitablemente
llevaría todo ello, si se le permitiese seguir desarraigando esa estructura de
superstición e idolatría, lo cual ellos con tanto trabajo habían edificado.
Además sentían una repugnancia particular de la recepción que le dieron en
Dundee, por lo cual de inmediato acordaron planear su ruina. Desde el tiempo en
que Patrick Hamilton sufrió, hasta este periodo, la tiranía papal reinaba por
fuego y pira sin control.
En el año 1539, el cardenal David
Beaton tomó el puesto de su tío en la Seda de San Andrés, y anduvo
diligentemente en el mismo camino en que su tío había caminado. Para mostrar su
propia grandeza y para recomendarse a su superior en Roma, acusó al señor John
Borthwick de herejía, cuyos bienes le fueron confiscados, y él mismo fue
quemado en efigie; ya que, siendo puesto sobre aviso de su peligro, escapó del
país. Después de esto, sobornó a un sacerdote para falsificar un testamento del
Rey Jacobo V (quien murió por este tiempo) así declarándose con los condes de
Huntly, Argyle, y Moray, como regentes del reino. Cuando se descubrió el
engaño, el conde de Arran fue elegido gobernador, y el cardenal fue hecho
prisionero en el castillo de Dalkeith; pero pronto halló la manera para
escaparse de su encarcelamiento, y convenció al regente a romper todas sus
promesas al partido que lo había elegido para ese puesto y unirse con este otro
en bañar sus manos en la sangre de los santos. Como resultado, muchos que
abrazaban la religión reformada en el pueblo de Perth fueron acusados ante la
corte, condenados, colgados, y ahogados, otros fueron desterrados, y algunos
fueron estrangulados en privado. Nos hemos desviado hasta este punto del curso
de nuestra narrativa, para mostrar al lector que los vacíos entre las vidas
respectivas en esta colección fueron tan notables por la persecución, como los
casos particulares que son aquí puestos ante el lector. Fue este cardenal
Beaton (furioso por el éxito del señor Wishart en Dundee) que prevaleció con
Robert Mill (un individuo que antes profesaba la verdad, y que había sufrido
por esa causa, pero que ahora era un hombre de gran influencia en Dundee,) de
dar una orden al señor Wishart de parte de la reina y del gobernador, a saber
que ya no los perturbase más con sus predicaciones en Dundee. Este encargo fue
ejecutado por Mill un cierto día en público, mientras que el señor Wishart
terminaba su sermón. Al oírlo, mantuvo silencio por un momento con sus ojos
mirando hacía el cielo, y luego volviéndolos a Mill con una mirada triste, dijo;
Dios es mi testigo que nunca me he ocupado en perturbaros, sino en vuestro
bienestar. En verdad, vuestras inquietudes y perturbaciones me son más dolorosas
de lo que son para vosotros. Sin embargo estoy seguro, que el rechazar la
Palabra de Dios, y el expulsar a Sus mensajeros, no es la manera de libraros de
inquietudes y perturbaciones, sino de tráelas sobre vosotros. Cuando me vaya,
Dios os enviará mensajeros que no tendrán temor de ser quemados o ser
desterrados. Con peligro de mi vida, he permanecido entre vosotros predicando
la palabra de salvación; y ahora, como vosotros mismos me rechazáis, tengo que
dejar que mi inocencia sea manifiesta por Dios. Si os ha de ir bien por buen
tiempo, entonces no estoy siendo guiado por el Espíritu de Verdad; pero si
alguna angustia inesperada os sobreviene, recordad que esta es la causa, y volveos
a Dios por el arrepentimiento, pues Él es misericordioso. Habiendo pronunciado
estas palabras, descendió del pulpito. El conde Mariscal y algunos otros nobles
que estuvieron presentes en el sermón, le imploraron que fuera al norte con
ellos; pero pidió ser disculpado, y tomo su viaje hacía el oeste del país,
dónde fue recibido con gozo por muchos de ellos.
Habiendo llegado al pueblo de Ayr,
comenzó a predicar el evangelio con gran libertad y fidelidad. Pero Dunbar, el arzobispo
de Glasgow, habiéndosele informado de la multitud de personas que llegaban para
oír sus sermones, por la instigación del cardenal Beaton fue a Ayr con el
propósito de arrestarlo, habiendo primero tomado posesión de la iglesia para
impedirle que predicara en ella. La noticia de esto trajo de inmediato al
pueblo a Alexander, conde de Glencairn, y algunos caballeros del vecindario.
Ellos se ofrecieron a poner al señor Wishart en la iglesia, pero él no
consintió, diciendo; El sermón del obispo no haría gran daño, y si que, les
complacía, él caminaría a la cruz del mercado central, lo cual hizo, y predicó
con tanto éxito que muchos de sus oyentes, anteriormente enemigos de la verdad,
fueron convertidos en esa ocasión. Durante el tiempo que el señor Wishart
estuvo así ocupado, el arzobispo estaba arengando a algunos de sus lacayos y
parásitos en la iglesia; como no tenía ningún sermón que darles, prometió estar
mejor preparado contra ocasiones futuras como esta, y pronto se huyo el pueblo.
El Sr. Wishart continuó con los
caballeros de Kyle después que se fue el arzobispo, y teniendo el deseo de
predicar el siguiente Día del Señor, en la iglesia de Mauchline, se fue para
allá con ese propósito; pero durante la noche el alguacil de Ayr había puesto
una guarnición de soldados en la iglesia para mantenerlo fuera. Hugh Campbell
de Kinzeancleugh con otros de la parroquia, se sintieron en gran manera
ofendidos de tal impiedad, y hubieron entrado la iglesia por la fuerza, pero el
Sr. Wishart no se los permitió, diciendo, Hermanos, es la palabra de paz que os
predico; en este día la sangre de ningún hombre será derramada por ello.
Jesucristo es tan poderoso en los campos como lo es dentro de la iglesia; y Él
mismo, mientras que vivió en la carne, predicaba más bien a menudo en el
desierto y sobre la orilla del mar que en el Templo de Jerusalén. Con esto, la
gente fue apaciguada, y fueron con él a la orilla de un páramo en el sur al
lado oeste de Mauchline donde se puso sobre un muelle, allí le predicó a una
gran multitud que había acudido a él. Continúo hablándoles por más de tres
horas, mientras que Dios obraba gloriosamente por medio de él, tanto que
Laurence Rankin, el terrateniente de Shield, una persona muy profana, fue
convertido de esta manera. Las lágrimas corrían de sus ojos, al asombro de
todos los presentes, y su vida desde ese momento hasta su muerte confirmó que
su profesión fue sin hipocresía. Mientras que el Sr. Wishart residió en este
país a menudo predicaba con mucho éxito en la iglesia de Galston y en otros
lugares. Por este tiempo y por esta parte del país, se pudo decir honestamente
que; La cosecha era grande, pero los trabajadores pocos.
Después de estar ocupado de esta manera
un mes en Kyle, fue informado que la plaga había comenzado en Dundee el cuarto
día después que se había ido de allí, y que aún continuaba extendiéndose con
furor de tal manera que gran número de personas morían cada día. Esto lo
conmovió tanto, que se determinó volver a ellos. Por consiguiente se despidió de
sus amigos en el Oeste, quienes estaban llenos con tristeza por su partida. El
día siguiente después de su llegada a Dundee, propuso que se notificase que iba
predicar; y para ese propósito escogió como lugar la vanguardia de la puerta oriental,
las personas infectadas de pie afuera y las personas sanas adentro. Su texto
fue Salmo 107:20; Envió su palabra, y los sano, Y los libró de su ruina. Con este
discurso trajo tanto consuelo a la gente, que se tuvieron por felices de tener
tal predicador, y le suplicaron que se quedara con ellos mientras la plaga
continuara, por la cual aceptó, predicando continuamente, y asegurándose que
los pobres no careciesen de sus necesidades más que los ricos; pero se expuso
al contagio al hacer esto sin restricción alguna, incluso en donde era más
maligna.
Durante todo este tiempo, su acérrimo
adversario, el cardenal, tuvo sus ojos puestos sobre él, y sobornó un sacerdote
llamado el señor John Wighton para asesinarlo. El atentado tenía que hacerse
cuando Wishart bajase de su lugar de predicación, a fin de poder huir entre la
multitud después de haberlo hecho. Para llevar a cabo esto, se puso al pie de
las escaleras con su túnica suelta y con una daga por debajo en su mano. Cuando
se acercó el Sr. Wishart, con una mirada firme le preguntó al sacerdote qué
intentaba hacer; y en ese instante alargo su mano sobre la mano del sacerdote
que sostenía la daga, y se la quitó. Por lo cual, confesó abiertamente su
designio, de repente se levantó un tumulto, y los enfermos afuera del portal se
precipitaron adentro con ímpetu, gritando que les fuese entregado el asesino;
pero Wishart se interpuso, y lo defendió de la violencia de la multitud,
diciéndoles que éste no le había hecho ningún daño, y que cualquiera que lo
lastimara tal sería lastimado también. Así el sacerdote escapó sin algún daño.
La plaga ahora había disminuido
considerablemente, el Sr. Wishart se determinó visitar el pueblo de Montrose,
con el propósito de partir de allí hacia Edimburgo, para encontrarse con los
caballeros del oeste. Mientras que estuvo en Montrose, administró los dos
elementos del sacramento de la Santa Cena, y predicó con éxito. Aquí recibió
una carta dirigida a él de su amigo íntimo el terrateniente de Kinnear,
informándole que había caído bajo una enfermedad repentina, y pidiéndole que
viniese a él con toda diligencia. Por lo tanto, de inmediato emprendió su
viaje, acompañado por algunos amigos sinceros de Montrose, quienes por su gran
afecto lo acompañaron parte del camino. No habían viajado más de un cuarto de
milla, cuando de repente el Sr. Wishart se detuvo, y dirigiéndose a los que le
acompañaban les dijo, Me está prohibido por Dios que vaya en este viaje.
¿Podéis alguno de vosotros ir a tal lugar (apuntando con su dedo a un pequeño
monte) y ver lo que encontráis? Pues presiento que hay un complot contra mi
vida. Por lo cual regresó al pueblo, y los que fueron al lugar señalado,
encontraron sesenta jinetes listos para prenderlo. Con esto, todo el complot
salió a luz; se enteraron que la carta había sido falsificada; y mientras que le
contaban al Sr. Wishart lo que habían visto, respondió él, Yo se que mi vida
terminará por las manos de ese malvado hombre (refiriéndose al cardenal), pero
no será de este manera. Mientras que se acercaba el tiempo que había señalado
para encontrarse con los caballeros de la región occidental en Edimburgo,
emprendió ese viaje en gran desacuerdo a la voluntad y consejos de John
Erskine, terrateniente de Dun. Después de partir de Montrose, la primera noche
se hospedó en Invergowrie, a una distancia de dos millas de Dundee, con James
Watson, un amigo fiel. Entre tanto que estaba allí, fue observado que se
levantaba de su cama un poco después de media noche, y salir fuera a un jardín
cercano, para que pudiera dar libertad a sus suspiros y gemidos sin ser mirado.
Sin embargo al ser seguido de lejos por dos hombres, William Spalding y John
Watson, para poder observar sus movimientos, lo vieron que se postró sobre la
tierra, llorando y haciendo suplicaciones por casi una hora, y luego regresó a
su descanso. Como ellos descansaban en el mismo apartamento con él, se
aseguraron de volver antes que él; y cuando había entrado a su cuarto, le
preguntaron (como si ignorasen todo lo sucedido) a dónde había ido. Pero él no
les contestó, y dejaron de interrogarlo. En la mañana le preguntaron de nuevo,
por que se había levantado en la noche, y cuál fue la causa de tanta tristeza
(porque le habían contado todo lo que vieron que él había hecho), respondió con
un semblante abatido; Hubiera deseado que hubieseis permanecido en vuestras
camas, que hubiera sido más para vuestra comodidad, pues yo estaba ocupado en
algo no de poca importancia. Pero le pidieron que les diese una mayor
explicación, y que les impartiese algo de consuelo, dijo él, Os diré: Estoy muy
seguro que mis tribulaciones están por terminar, así pues orad a Dios por mi,
que no me acobarde cuando la batalla crezca más. Al oír estas palabras
prorrumpieron en lagrimas, diciendo, Eso no nos es de gran consuelo. Les
respondió, Dios os enviará otro consolador después de mi. Este reino será
iluminado con la luz del evangelio de Cristo, con tanta claridad como ningún
reino lo ha sido desde los tiempos de los apóstoles. La Casa de Dios será
edificada en él. Además no le faltara (a pesar de todo lo que los enemigos
hagan en contra) la piedra del ángulo; ni esto tardará mucho, porque no habrá
muchos que sufran después de mi. La gloria de Dios se manifestará, y una vez
más la verdad triunfará a pesar del diablo; pero, ¡ay! si el pueblo se vuelve
ingrato, las plagas y castigos que les siguieran serán aterradoras y horrendas.
Después de está predicción (que se cumplió después en una manera muy extraordinaria)
prosiguió con su viaje, y llegó a Leith para el diez de diciembre, donde,
desilusionado por un encuentro con los caballeros del región occidental, se
apartó por algunos días. Luego que cayó a un estado de inquietud y desanimo, le
preguntaron la razón por esto, él respondió, He procurado sacar gente fuera de
las tinieblas, pero ahora me escondo como uno que se avergüenza mostrarse a los
hombres. Con esto entendieron que deseaba predicar, y le dijeron que con gusto
lo escucharían, pero por el peligro al que se exponía le aconsejaron que
desistiera hacerlo. Les contestó, Si vosotros y otros me oís el próximo Día del
Señor, predicaré en Leite. Que Dios me provea como mejor le plazca, y así
predicó sobre la parábola del sembrador (Mateo 13). Después del sermón sus
amigos le aconsejaron que se fuera de Leith, porque el Regente y el cardenal
pronto llegarían a Edimburgo, y que por esa causa su situación sería peligrosa.
Consintió con éste consejo, y permaneció con los terratenientes de Brunston,
Longniddry, y Ormiston, por turnos.
El siguiente Día del Señor predicó en
Inveresk, antes y después de la tarde, a una audiencia llena, entre los cuales estaba
Sir George Douglas, quién, después del sermón, dijo públicamente, Yo se que el
Gobernador y el cardenal se enterarán que estuve en esta predicación (porque ya
habían llegado a Edimburgo). Decidles, que no solo confesaré y sostendré la
doctrina que he escuchado sino también aún la persona del maestro, hasta donde
me alcancen mis fuerzas. Esta franca y sincera declaración agradó mucho a toda
la congregación. Durante el sermón, Wishart observó a la entrada de la iglesia
dos frailes grises de pie susurrando a cada persona que entraba por la puerta.
El Sr. Wishart le pidió a la gente que
dieran lugar a estos hombres, porque, dijo él, “tal vez han venido
para
aprender.” Luego les pidió
que se acercasen al frente y oyesen la palabra de verdad. Pero como continuaban
molestando a la gente, los reprendió de la siguiente manera, ¡O! siervos de
Satanás, y engañadores de las almas de hombres, ¿cómo es que no oiréis la
verdad de Dios ni dejaréis otros oírla? Salid fuera, y tomad esto como vuestra
porción, Dios muy pronto descubrirá y maldecirá vuestra hipocresía dentro de
este reino; seréis hechos abominables a los hombres, y vuestros lugares y
habitaciones serán desoladas.
Los siguientes dos Días del Señor
predicó en Tranent. Y en todos sus sermones (después de partir de Montrose)
daba a entender más o menos que su ministerio se estaba acercando a su fin. El
siguiente lugar que predicó fue en Haddington, donde su congregación era muy
grande al principio, pero al día siguiente muy pocos asistieron. Se creyó que
se debía por la influencia del conde de Bothwell, quien por la instigación del
cardenal, había prohibido a la gente asistir. Pues su autoridad era demasiado
grande en esa parte del país. Por éste tiempo el Sr. Wishart recibió una carta
de los caballeros del occidente, declarando que no podían asistir a la dieta
(conferencia) en Edimburgo. Esto, además de recordarse cuán pocos asistieron a
su predicación en Haddington, lo deprimió con exceso. Luego llamó a John Knox
(quien entonces lo asistía), y le dijo que estaba fatigado del mundo, ya que
percibía que los hombres se habían fatigado de Dios. Pero a pesar de la
inquietud y desanimo que cargaba, subió de inmediato al pulpito, y reprocho
severamente a la gente por su negligencia del evangelio. Les dijo, Dolorosas y
terribles plagas serán las que os vendrán; el fuego y la espada os consumirá;
extranjeros poseerán vuestras casas, y os expulsarán de vuestras habitaciones. Estas
predicciones pronto se cumplieron cuando los ingleses tomaron y se apoderaron
de ese pueblo, mientras que los franceses y los escoceses lo sitiaron en el año
1548. Éste fue su último sermón que predicó, en el cual (como ya había sido su
costumbre hacerlo por algún tiempo) mencionó que su muerte estaba ya cerca.
Cuando terminó, se despidió de sus conocidos, como si fuese para siempre. Fue a
Ormiston, acompañado por los terratenientes de Brunston y Ormiston, y Sir John
Sandilands, el joven de Calder. John Knox también tenía deseos de haber ido con
él; pero Wishart deseaba que se quedara, diciéndole, Por ahora uno es
suficiente para un sacrificio.
Cuando llegó a Ormiston, se entabló en
algo de conversación espiritual con la familia, particularmente acerca del
estado feliz de los hijos de Dios; dirigió el Salmo 51 (según la versión
antigua que entonces se usaba) para ser cantado; luego los encomendó a Dios. Se
retiró un poco más temprano de lo ordinario para descansar. Cerca de la
medianoche el conde de Bothwell sitió la casa, para que nadie escapase, luego
llamo al terrateniente, declarándole su propósito de esto, y pidiéndole que no
se resistiese, porque de nada le serviría. Pues el cardenal y el gobernador
estaban en camino con todo su séquito; pero que si entregase al Sr. Wishart,
Bothwell le prometió por su honor que ningún daño le sobrevendría. Siendo
seducido con esto, y habiendo consultado con el Sr. Wishart, quien pidió que
las puertas se abriesen, diciendo, Hágase la voluntad de Dios, el terrateniente
accedió. El conde de Bothwell entró con
algunos caballeros, quienes
solemnemente protestaron que el Sr. Wishart no recibiría ningún daño, sino que
él (Bothwell) lo llevaría a su propia casa, o que lo regresaría con seguridad
de nuevo a Ormiston. Con esto se dieron las manos como un acuerdo, y el Sr.
Wishart fue con él a Elphinston, donde el cardenal se hallaba. Después de esto
fue llevado primero a Edimburgo, luego a la casa de Hailes, la residencia
principal del conde de Bothwell en Lothian (tal vez con el pretexto de cumplir
el acuerdo que había acordado con Bothwell) una vez que fue conducido a
Edimburgo, donde el cardenal había reunido una junta de prelados (obispos),
para reformar ciertos abusos, pero sin resultados. Buchanan dice que él fue
arrestado por un grupo de jinetes, enviados por el cardenal para ese propósito,
y que al principio el terrateniente de Ormiston rehusó entregarlo. Por lo cual
tanto el cardenal como el regente acudieron allí, pero no pudieron prevalecer,
hasta que el conde de Bothwell había sido llamado, quien logró hacerlo por
adulaciones y buenas promesas, de las cuales ningunas se le cumplieron.
Wishart permaneció en Edimburgo
solamente unos días, hasta que el sanguinario cardenal prevaleció con el
gobernador para que entregase este fiel siervo de Jesucristo a su tiranía.
Luego fue enviado a St. Andrews. Siendo aconsejado por el arzobispo de Glasgow,
le hubiera puesto un juez civil para juzgarlo, si David Hamilton de Preston, un
conocido del regente, no hubiera protestado contra esto, y declarado el peligro
de atacar los siervos de Dios, cuyo único crimen era predicar el evangelio de
Jesucristo. Este discurso (Buchanan lo relata con gran detalle) conmovió al
gobernador de tal manera, que rehusó absolutamente la petición del cardenal,
quien respondió con ira, Que se lo había enviado solamente de pura cortesía sin
que se viese obligado hacer esto, puesto que él (con su clero) tenían el poder
suficiente para condenar legalmente al Sr. Wishart. Así fue dejado este siervo
de Dios en las manos de ese soberbio e implacable tirano, entre tanto que el
sector religioso de la nación reprochaba a gritos la pusilanimidad y cobardía
del gobernador.
Wishart estando ahora en St. Andrews,
el cardenal sin demora convocó los obispos y el clero superior para reunirse en
ese lugar el 27 de febrero 1546, con el fin de determinar un asunto que él ya
había decidido. El día siguiente después de esta convocación, el Sr. Wishart
recibió una orden en la prisión, por parte del decano del pueblo, para
responder al día siguiente por sus doctrinas herejes ante los jueces. El
siguiente día el cardenal ascendió al tribunal (en la abadía de la iglesia) con
un séquito de hombres armados, marchando en orden de guerra. De inmediato el
Sr. Wishart fue traído de la torre del mar (donde estaba encarcelado) y
mientras que estaba por entrar por la puerta de la iglesia, un hombre pobre le
pidió limosnas, a quien él le dio su bolsa.
Cuando vino ante el cardenal, John
Winram, el suprior, subió al pulpito por una orden, y dio un discurso sobre la naturaleza
de herejía, de Mateo 13, lo cual hizo con una gran cautela, y sin embargo de
tal manera que aplicaba más a los acusadores que al acusado, pues él era un
amigo secreto de la verdad. Después de él subió un tal John Lauder, uno de los
enemigos más despiadados de la religión, que asumió la parte del acusador del
Sr. Wishart. Sacó una gran lista de cargos malignos contra el Sr. Wishart,
exhibiendo en una manera prolífica los truenos de la iglesia de Roma (de hecho que
aterrorizó a los espectadores ignorantes) pero que ni en lo más mínimo perturbó
este manso siervo de Cristo. Fue acusado de desobedecer la autoridad del
gobernador, por enseñar que el hombre no tiene libre albedrío, y por tener en poco
los ayunos (todas esto cargos rechazó en absoluto); por negar que hay siete
sacramentos, y que la confesión auricular, la extremaunción, y los sacramentos
del altar, son sacramentos, y por negar también las oraciones a los santos; por
decir que era necesario que cada supiese y entendiese el significado de su
bautismo; que el papa no tiene más poder que cualquier otro hombre; que es
legítimo comer carne el viernes así como el domingo; que no existe el purgatorio;
y que es vano edificar iglesias costosas para la honra de Dios; también por
despreciar conjuraciones, los votos de una vida soltera, las maldiciones de la
Santa Iglesia, etc.
Entre tanto que Lauder leía estas
acusaciones, se hallaba ahora bajo un gran sudor violento h; echando espumarajos
de la boca, llamando al Sr. Wishart un traidor azotacalles y demandándole
respuestas. A esto el Sr. Wishart dio un discurso corto y modesto, contra lo
cual gritaban juntos con gran alboroto. Percibiendo que estaban decididos de
proceder contra él a la medida más extrema, apeló a un juez más imparcial y
equitativo. A lo cual Lauder (repitiendo los diversos títulos del cardenal) le
pregunto, ¿Si mi señor cardenal no era un juez justo? Wishart respondió, No lo desecho,
pero deseo que la Palabra de Dios sea mi juez. Después de unas palabras
despreciativas arrojadas contra él y contra el gobernador, prosiguieron a leer
los artículos en su contra por segunda vez, y a oír sus respuestas que les dio
con gran cordura y discernimiento. Después de esto lo condenaron para ser
quemado como un hereje, ignorando su defensa, los dictados de sus propias
conciencias, y solo pensando que al matarlo hacían un buen servicio a Dios. En
relación a esta resolución (pues la sentencia final no se había aún
pronunciado), el Sr. Wishart se arrodilló y oró de la manera siguiente: ¿O Dios
inmortal, hasta cuando soportarás el furor de los impíos? ¿Hasta cuando
ejercerán su furia contra Tus siervos que extienden Tú Palabra en este mundo,
viendo que procuran ahogar y destruir Tu doctrina verdadera y Tu verdad, por la
cual Te has manifestado al mundo, que se hallaba anegado en ceguera e
ignorancia de Tu nombre? O Señor, sabemos de cierto que Tus verdaderos siervos
tienen que sufrir, por causa de Tu nombre, tanto persecución, y aflicción, como
penalidades en esta vida presente, que no es mas que una sombra, así como Tus
profetas y apóstoles nos lo han mostrado; sin embargo te imploramos, o Padre
misericordioso, que preserves, defiendas, y ayudes a Tu congregación, que
escogiste desde antes de la fundación del mundo, y que le concedas gracia para
oír Tu Palabra, y para que sean Tus verdaderos siervos en esta vida presente. Después
de esto, el pueblo común fue sacado fuera hasta que la sentencia definitiva
fuera pronunciada, - como fue muy similar a la del Sr. Hamilton, no se necesita
repetir. Terminado esto, lo regresaron de nuevo al castillo por esa noche.
Mientras que iba camino al castillo, dos frailes vinieron a él, pidiendo que
les hiciera su confesión a ellos, lo cual rehusó, pero les pidió que trajeran
al Sr. Winram, que había predicado ese día; y que habiendo llegado, después de
platicar con el Sr. Wishart, le pregunto si recibiría el sacramento de la Santa
Cena. El Sr. Wishart contesto, Gustosamente lo recibiré, si es administrado
según la institución de Cristo, no solo el pan pero también el vino.”
Con esto, el suprior fue a los obispos, y les preguntó si permitirían que el
sacramento fuese dado al prisionero. Pero el cardenal, a favor de todos,
respondió, Que no era razonable dar cualquier beneficio espiritual a un hereje
obstinando y condenado por la iglesia.
Toda esa noche el Sr. Wishart pasó en
oración, y al día siguiente el capitán del castillo le dio la noticia que le
habían negado el sacramento, y al mismo tiempo éste lo invito a desayunar con
él; lo cual el Sr. Wishart aceptó, diciendo, Lo haré con todo gusto, y tanto
más cuanto, porque percibo que eres un buen cristiano, y un hombre que teme a
Dios.; Todas las cosas estando preparadas, y la familia reunida para desayunar,
el Sr. Wishart, dirigiéndose al capitán, dijo, Te ruego, en el nombre de Dios,
y por el amor que tienes por Jesucristo nuestro Salvador, de mantener silencio
por un momento hasta que os haya dado una pequeña exhortación, para que pueda
despedirme de vosotros. La mesa estando cubierta y el pan puesto sobre ella,
habló por un media hora, de la institución de la Santa Cena, y de la muerte y
pasión de nuestro Salvador, exhortando a los que estaban presentes al amor
mutual y una vida piadosa. Entonces, dando gracias, partió el pan,
distribuyendo una parte a los que estaban a su alrededor quienes estaban
dispuestos de comunicar [recibir el pan], rogándoles que recordasen que Cristo
murió por ellos, y que comiesen este pan espiritualmente; luego, tomó la copa,
pidió que recordasen que la sangre de Cristo fue derramada por ellos, y habiendo
el tomado primero, la repartió a los demás. Luego, concluyendo con gracias y
oración, les dijo, que ya no comería ni bebería más en esta vida, y se retiró a
su cuarto.
Un poco tiempo después, por orden del
cardenal, dos verdugos vinieron a él, y le vistieron con una bata de lino, le amarraron
unas bolsas que pólvora a su alrededor, le pusieron un lazo sobre su cuello,
una cadena sobre su cintura, y ataron sus manos detrás de su espalda, y así
vestido lo trajeron a la hoguera, cerca del palacio del cardenal. Al lado opuesto
de la hoguera pusieron cañones grandes, por si acaso alguien atentase
rescatarlo. La torre cercana, la cual estaba al lado opuesto de la pira, estaba
decorada con tapicerías, y cojines riquísimos puestos en las ventanas, para la comodidad
del cardenal y de los prelados, mientras que observaban el triste espectáculo.
Mientras que el Sr. Wishart se acercaba a la hoguera, se dice que dos mendigos
vinieron para pedirle limosnas, y él les respondió, Me faltan mis manos con que
las os daba antes limosnas; sin embargo que el Señor misericordioso os supla
todas vuestras necesidades, así para el alma y como para el cuerpo. Después de
esto dos frailes se acercaron, instándole a que hiciese ruegos a nuestra
Señora, etc., a quienes les contestó, Cesad, no me tentéis, os lo ruego.; Habiendo
subido el patíbulo de ejecución preparado ese propósito, se dirigió hacía la
gente y les declaro que sentía mucho gozo dentro de si mismo en ofrecer su vida
por el nombre de Cristo, y les dijo que no deberían hallar tropiezo por la
buena palabra de Dios, por las aflicciones que había soportado, o por los
tormentos que ahora veían que le tenían preparado. Pero os ruego, dijo él, que améis
la Palabra de Dios para vuestra salvación, y sufrid pacientemente con un
corazón reposado por causa de la Palabra, lo cual es vuestro reposo eterno.
Pero por el evangelio verdadero (que me ha sido dado por la gracia de Dios)
padezco en este día con un corazón gozoso. Mirad y considerad mi rostro; no
veréis que mi color cambie. No temo este fuego, y oró que no temáis a los que
matan el cuerpo, pero que no tienen poder para matar el alma. Algunos han dicho
que yo enseñaba que el alma duerme hasta el último día; pero yo se con toda
certeza, y tal es mi fe, que mi alma cenará esta noche con mi Salvador. Luego oró
por sus acusadores, para que fuesen perdonados, si por ignorancia o por
propósito malvado, habían forjado mentiras contra él. Después de esto, el
verdugo le pidió perdón, a quien le respondió, Acércate; y cuando se acercó, Wishart
besó su mejía, y le dijo, He aquí, esto es una señal que te perdono, cumple con
tu oficio. Después de levantarse de sus rodillas, fue atado a la hoguera, y
clamó con una gran voz, ¡O Salvador del mundo, ten misericordia de mí Padre de
los cielos, encomiendo mi espíritu en Tus manos sacrosantas! Cuando el verdugo encendió
el fuego, la pólvora atada a su cuerpo explotó. El capitán del castillo,
observando que todavía estaba vivo, se acercó, y le instó a que tuviese ánimo;
a lo cual el Sr. Wishart dijo, Esta llama ha quemado mi cuerpo, pero mi espíritu
no ha apagado; pero aquel [refiriéndose al cardenal], que nos mira de aquel
lugar con tal orgullo, dentro de pocos días se hallará bajo el mismo [orgullo]
en una manera ignominiosa aunque ahora con gran soberbia descansa en el mismo.
Pero mientras que estaba así hablando, el verdugo estiró el lazo que estaba
sobre su cuello al grado que ya no hablo más; y así, como otro Elías, tomó su
vuelo en una carroza de fuego al cielo, y obtuvo la corona de mártir el primero
de marzo 1546.
Así vivió, y así murió, este testigo
fiel de Jesucristo. Él fue señalado muy tempranamente como un sacrifico a la
tiranía papal cuando fue denunciado al obispo de Brechin de ser un hereje,
porque enseñaba el Nuevo Testamento en griego a sus estudiantes, mientras que
daba clases en Montrose. Fue llamado por él, a comparecer ante él, pero se escapó
a Inglaterra, y en la universidad de Cambridge cumplió su educación, y él mismo
vino a ser instructor de otros. Durante todo
el tiempo que estuvo en su propio país,
fue perseguido como una perdiz sobre los montes, hasta que el cardenal consiguió
traerlo a la hoguera. A través de todos sus sufrimientos, su mansedumbre y
paciencia fueron muy ilustres, así como lo fue esa medida extraordinaria del
espíritu de profecía que poseía. Tómese en cuenta las circunstancias relacionadas
con Dundee, Haddington, la reforma del papado, y la muerte de los cardenales
todos estos fue pronosticada por él, y pronto se cumplieron.
El clero papista se regocijó de su
muerte, y ensalzaron el valor del cardenal, por proceder aún en contra de la
orden del gobernador; sin embargo el pueblo tuvo a Wishart ambo como profeta y
mártir. También se dijo que, basándose en las razones de sus sufrimientos, que
su muerte no fue nada menos que un homicidio, ya que se obtuvo autorización alguna
para este proceder, mientras que clero no podía quemar a nadie sin la
autorización del poder secular.
Esto agitó a Norman y John Leslie, de
la familia de Rothes, William Kircaldy de Grange, James Melville de la familia
de Carnbee, Meter Carmichael, y otros, a vengar la muerte del Sr. Wishart. Así,
el 28 de mayo 1546, (ni tres meses después que sufrió el Sr. Wishart), asaltaron
el castillo temprano de mañana, y se apoderaron o sacaron las personas hospedadas
allí. Luego llegaron a la puerta del cardenal, quien para este tiempo se
hallaba alarmado, y había asegurado las puertas. Pero cuando lo amenazaron que
iban a derribar la puerta, la abrió (confiando en parte sobre la santidad de su
oficio, y en parte de su conocimiento de algunos de ellos), clamó,
“¡Yo soy un sacerdote, Yo soy un sacerdote!” Pero esto de
muy poco sirvió, ya que James Melville lo había exhortado en una manera solemne
de arrepentirse, y habiéndole advertido que él ahora iba vengar la muerte del
Sr. Wishart, lo apuñaleó dos o tres veces, lo cual puso fin sus días
miserables. Estas personas, con algunos otros que con ellos entraron, se apoderaron
del castillo por casi dos años, recibiendo apoyo de Inglaterra. Ellos tenían el
hijo mayor del gobernador con ellos, ya que éste había sido puesto bajo el
cuidado del cardenal, y estaba en el castillo para el tiempo que había sido
asaltado. El castillo finalmente fue sitiado por los franceses, y sometido
cuando las vidas de todas que estaban dentro fueron aseguradas.
Entre éste y el tiempo de los
sufrimientos del Sr. Walter Mill, Adam Wallace, o Fean, un hombre simple pero
muy celoso, fue tomado en Winton, y lo trajeron a juicio en la iglesia de
Blackfriar en Edimburgo, donde fue acusado con artículos de herejía,
similarmente con esos con que otros antes de él habían sido acusados. Fue
condenado y lo quemaron sobre el monte del castillo, sufriendo con gran
paciencia y resolución.
Hubieron otros que condenaron antes de
éste tiempo (es decir antes del sufrimiento de George Wishart Edgar); entre los
cuales fueron Robert Forrester, caballero; don Duncan Simson, sacerdote; fraile
Killore, fraile Beveridge, y deán Thomas Forrest, un canon regular y vicario de
Dollar, quienes todos fueron quemados en la misma hoguera juntos, sobre el
monte del castillo de Edimburgo, el 28 de febrero 1538.
Le
hacemos una cordial bienvenida a nuestro nuevo Blog “diorthosis”. El cual
estará orientado específicamente a temas relacionados con la transformación,
que se está desarrollando en nuestra amada Cuba con respecto al evangelio y a
las Doctrinas Reformadas.
Invitamos
a todos los que con pensamiento serio quieran unirse en esta acción
transformadora de nuestro pensar como cubanos,a recrearse en este espacio,que
sin ánimos de controversias o criticas malsanas, anhela el intercambio honesto.
El
autor es Pastor Presbiteriano y está fuertemente comprometido con la Palabra de
Dios, Las Santas Escrituras y con las confesiones históricas de la Iglesia.
Cree firmemente que un regreso al cristianismo histórico puede sanear nuestra
corrompida imagen como Iglesia de Jesucristo.Y despertar un avivamiento por obra de la Gracia de Dios en nuestra
nación.